Si miras la previsión demasiadas veces, te entiendo.

Yo lo hacía.

No miraba el tiempo para elegir ropa.

Lo miraba como si fueran avisos de peligro.

Porque una zona vulnerable en mi casa hizo que las tormentas se volvieran personales.

Tengo 34 años.

Soy propietaria primeriza.

No soy profesional de la construcción.

No soy una experta en bricolaje.

Solo quería sentirme segura en mi propia casa.

Y durante un tiempo, no lo conseguí.

Comparto esto porque por fin entendí la pieza que me faltaba.

La idea que de verdad frenó el miedo a las tormentas.

Y fue más simple de lo que esperaba.

Cómo el miedo a la lluvia se cuela en tu vida

Todo empezó con una grieta pequeñísima.

De esas que te repites que son normales.

Yo tenía una cerca de un borde exterior.

Nada dramático.

Sin una fuga clara.

Así que la ignoré.

Luego empecé a oír historias.

Una amiga encontró moho tras una temporada húmeda.

Una compañera pagó una reparación dolorosa.

Una vecina dijo que un “pequeño problema” acabó en un caos.

Intenté mantener la calma.

Pero cada aviso de tormenta empezó a doler distinto.

Abría la aplicación del tiempo y sentía el pecho apretado.

Suena exagerado.

Pero no lo es a las 11 de la noche cuando la lluvia cae fuerte.

Mi momento de tocar fondo ni siquiera fue una fuga

Mi punto límite fue raro.

Teníamos planes para ver a unos amigos.

Una cena.

Una noche normal.

Entonces sonó el móvil.

Aviso de lluvia fuerte en breve.

Me quedé mirando esa alerta.

Y hice algo que me daba vergüenza admitir.

Cancelé.

Dije que no me encontraba bien.

Pero la verdad era esta.

Mi cabeza no soportaba estar fuera si pasaba algo.

No quería volver a casa y encontrarme una mancha.

O un goteo.

O el peso de pensar: “Debería haber estado.”

Ese fue mi momento de tocar fondo.

No agua en el suelo.

Sino miedo marcando mi agenda.